Por Patricio Cleary
Fue en Valparaíso, en el mes de julio de 1963, que se pintó el primer mural de propaganda política, modalidad que luego, y en particular en 1970, durante la contienda que terminaría con la elección de Salvador Allende como Presidente de la República, habría de cobrar un auge enorme, llegando incluso a convertirse en un fenómeno político-cultural que llamó la atención en el mundo.
El hecho se produjo en la campaña previa a las elecciones de 1964. Allende y sus partidarios afrontaban el evento en medio de las mayores dificultades económicas, hecho que contrastaba con el enorme despliegue de recursos que mostraba la candidatura de Eduardo Frei. Su comando no sólo contaba con grandes medios financieros, sino con el apoyo de calificados profesionales: periodistas, sociólogos, psicólogos, especialistas en comunicaciones. Su propaganda copaba radios y periódicos y ella se apoyaba en slogans precisos, por lo general bastante eficaces, producto de investigaciones a cargo de gente calificada y competente. Se empleaban recursos directos e indirectos. La Marcha de la Patria Joven, fue no sólo un gran evento propagandístico montado con grandes recursos materiales, sino además un acontecimiento que se siguió desde el punto de vista informativo bajo la dirección de expertos en comunicaciones, que produjeron atractivos e impactantes reportajes.
La candidatura de la democracia cristiana había dado un paso totalmente nuevo en este terreno en las luchas políticas en Chile. Su propaganda estaba entregada a una agencia publicitaria, y su plan no dejaba ningún aspecto que no contemplara, incluida la propaganda callejera, que hasta entonces había sido dominio tradicional de la izquierda. Así fue como en los primeros días de la campaña, abierta oficialmente en mayo del 63, las calles de todas las ciudades del país aparecieron con sus muros pintados con las llamadas estrellas de Frei, algunas con características monumentales.
Todo esto tomó por sorpresa a la candidatura popular, y no fuimos una excepción quiénes trabajábamos por ella en la provincia de Valparaíso. Carecíamos de preparación para enfrentar el desafío, acostumbrados como estábamos a una cierta improvisación y rutina. No atinábamos, por lo general, sino a la descalificación de lo obrado por el adversario o a una tentativa, tan loca como inútil - por la pobreza irremediable de nuestros medios económicos - de tratar de seguir sus pasos, imitando sus procedimientos, cuya característica principal era una completa profesionalización.
Recuerdo nuestra Casa del Pueblo en la calle Melgarejo, con sus muros adornados con retratos hechos por el retratista porteño Raúl Anguita, y recuerdo nuestros quebraderos de cabeza para saber cómo implementar nuestra campaña de propaganda. Nos proponíamos partir con una gran ofensiva callejera, y su iniciación, una inolvidable noche del mes de mayo, aunque nos produjo muchas satisfacciones por la magnitud de la movilización de activistas - miles de ellos salieron a pintar hasta altas horas de la madrugada -, nos acarreó también complicados problemas políticos. Nuestro material de base estuvo constituido por diez sacos de negro de humo original donados por los obreros portuarios y petroleros, quienes proporcionaron también el colapiz y un buen número de tambores. Con todo ello pudimos preparar más de dos mil litros de pintura negra de excelente calidad. El resultado fue que llenamos literalmente toda la provincia de Valparaiso con las famosas equis de la campaña de Allende. Tanto que, por falta de una mayor reflexión previa, se cometieron muchos errores, como el haber pintarrajeado, por ejemplo, muchos monumentos, edificios y lugares tradicionales, lo que dio origen a una venenosa pero eficaz campaña de los diarios El Mercurio y su edición vespertina La Estrella. Nos calificaron en todos los tonos: vándalos, maleantes, etc., y acompañaron sus crónicas con fotos maliciosamente retocadas.
De repente nos hallamos totalmente a la defensiva.
Fue en este clima que surgió, producto de conversaciones entre el pintor Jorge Osorio, un estudiante de arquitectura con muchas condiciones artisticas llamado Osvaldo Stranger, y el autor de esta crónica - que tenía las funciones de encargado de propaganda de la campaña - la idea de intentar fórmulas propagandísticas distintas, como representar, por ejemplo, artísticamente, en afiches pintados directamente en los muros las consignas y aspiraciones populares. Aprobamos la idea, a partir de un boceto que sin propósito concreto habia diseñado Osorio en sus ratos de ocio. Fue más fácil despertar el entusiasmo de todos nosotros que hallar, en seguida, los medios para su realización. Finalmente, el problema se resolvió y elegimos una muralla ubicada en la avenida España, la estratégica arteria que une Valparaíso con Viña del Mar. Osorio y Stranger, apoyados por un comité de jóvenes, pintaron el mural en una sola noche.
Fue ése el primer mural político que se haya pintado, que sepamos, en el país. Era el mes de julio de 1963.
En el comando la reacción fue de dulce y de grasa. Algunos lo tomaron simplemente como una humorada y a otros les pareció que se trataba de un gasto inútil. Pero el entusiasmo se había ya apoderado de los pintores, y Jorge Osorio planteó de inmediato un segundo mural. Lo pintaron también en la avenida España, esta vez en un muro mucho más largo que el anterior, y más cerca de la Estación Barón. Era una alegoría de las luchas del pueblo y de sus esperanzas. Causó una buena impresión, y la medida de su impacto lo dió la reacción más o menos inmediata del Comando de la candidatura democristiana, que hizo traer de Santiago un equipo profesional de propagandistas callejeros para que pintaran en los días siguientes una inmensa estrella de Frei con la leyenda 50.000 becas para los niños pobres. Osvaldo Stranger respondió la noche siguiente pintando al lado de la estrella el emblema allendista con un slogan: En el Gobierno Popular no habrá niños pobres. Había comenzado lo que se dió luego en llamar batalla de propaganda de la Avenida España. En ella participaron muchos comités juveniles, en particular los del cerro Placeres, que tomaron como tarea el cubrir prácticamente en toda su longitud la avenida España con la equis de Allende, a la que, a partir de ese momento, se le agregaron los colores nacionales, provocando un gran impacto visual. Recuerdo que el propio Neruda, que vivía entonces en el cerro Bellavista, detras del teatro Marú, manifestó su interés y entusiasmo por lo que llamó bella acción policrómica.
La acción más espectacular vino a continuación con el mural monumental que se pintó en el puente Capuchinos, sitio de enorme visibilidad, ya que por allí pasa el grueso del tránsito que circula entre Valparaíso y Viña del Mar. Tenía cerca de ciento treinta metros de largo y una altura que oscilaba entre los tres y los seis metros. Trabajaron en él tres equipos diferentes, integrados en su mayor parte por estudiantes de las Universidades de Chile y Santa María y dirigidos por los pintores Gastón Vilavecchia, artista italiano radicado en Viña, Nemesio Rivera y Jorge Osorio. Cada grupo desarrolló un tema distinto, y por la magnitud de la tarea, tuvieron que apoyarse en una infraestructura de carácter casi empresarial. Durante los días en que duró la ejecución de la obra, el puente se convirtió en objeto de una virtual romería popular. Los comités con todos sus integrantes iban a ver los avances del mural. Y llevaban comida y refrescos para los pintores.
El mural causó una gran impresión en la zona. Y desencadenó una ola de iniciativas que se regó por toda la provincia. Se pintaron muchos otros murales importantes: uno encargado por los portuarios, otro en Quintero, etc. En el Comando subsistían todavía, a pesar de todo, algunas reticencias, Y fue necesaria para que se disiparan, la opinión categórica del propio candidato, que calificó el movimiento de los murales como lo más novedoso de su campaña. Fue por lo demás el propio Allende quien llevó a Santiago la idea de reproducir el ejemplo.
La historia posterior es más conocida. La pintura mural se convirtió en un fenómeno artístico nacional de masas y alcanzó su plenitud en la campaña electoral de 1970. Lo que había nacido en aquel mes de julio de 1963 como una iniciativa local, producto de la imaginación de un pequeño grupo de porteños, pasó a convertirse en uno de los aportes más pujantes y originales de la creatividad popular chilena cuyos ecos, como ya hemos dicho, llegaron más allá de nuestras fronteras.
Son muchos los nombres ligados a esta gran aventura artística colectiva. Yo quiero evocar únicamente el de un pintor de brocha gorda, Ramón Meza, que enseñó a los jóvenes brigadistas del cerro Placeres cómo pintar las letras de manera profesional. El, sin saberlo, se convirtió así en uno de los pioneros de aquel vasto movimiento.
Patricio Cleary
de la revista "Araucaria de Chile" N° 42
domingo, 13 de enero de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Interesante , he descubierto los nombres de los que participaron en la explosion del 70 en puente Capuchino
ResponderEliminarwww.nerudacantogeneral.cl www.allendevive.cl