Por: Hugo Farias Moya
En la conocida fábula infantil, Juanito era un niño pobre y no tenía que comer. Su madre le pidió que fuese a la ciudad a vender el último bien que les quedaba, a cambio de comida. Pero Juanito volvió a casa sólo con algunas semillas de fríjol, que se volvieron una enorme planta, tan alta que llegaba hasta las nubes. Juanito subió hasta allá y encontró un gigante que guardaba un arpa y una gallina de los huevos de oro. Con una valentía impresionante, Juanito derrotó al gigante y se llevó la gallina y el arpa mágica, de donde salía una bella canción. Y nunca más pasó hambre.
Uno de los debates centrales en el Foro Social de las Américas giró alrededor de las disputas sobre los recursos estratégicos en nuestro continente, que podemos describir como el tesoro que Juanito recuperó del control del gigante. Las semillas de fríjol pueden ser comparadas con la importante acumulación de conocimientos y acciones en el hemisferio sur de América, reflejado en la experiencia que representó la Campaña contra el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), por parte del Imperio.
Esa articulación continental fue capaz de unir una amplia gama de temas, en el sentido de comprender las diversas caras del imperialismo en ese momento histórico. Con eso fue posible percibir las contradicciones del capitalismo y establecer unidad entre diversos sectores sociales organizados, alrededor de luchas concretas.
Hoy tenemos una comprensión de la relación entre las propuestas de los acuerdos comerciales en los moldes que sería el ALCA, proyectos de infraestructura como la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA), con los mecanismos de dominación militar estadounidense (bases, entrenamientos, vigilancia, entre otros) y también financiera, a través del endeudamiento. Estos mecanismos buscan ampliar el monopolio del gran capital sobre recursos estratégicos y, para eso, es necesario intensificar la represión a los movimientos en lucha.
En el centro de esa disputa están recursos energéticos - petróleo, minas, gas, agua, tierra y biodiversidad - fundamentales para la producción y reproducción del capital. Podríamos describir esas fuentes de energía como la ‘gallina de los huevos de oro' del capitalismo. Por lo tanto, las luchas de los pueblos contra grandes proyectos de represas, monocultivos, centrales térmicas, minería, es fundamental para combatir el avance del imperialismo y su monopolio.
En su esencia, los actuales mecanismos de dominación en nuestro continente no difieren del periodo colonial, pues sus bases, en cierta medida, permanecen intactas, sobre todo el monopolio de la tierra y la organización de nuestras economías a partir de una demanda externa. Por ello, no existe contradicción entre el viejo latifundio y las transnacionales agrícolas convertida en “modernas”. Lo que existe es la creación de una ideología alrededor de las nuevas tecnologías, sumada a una idea funcional que significaría el desarrollo de los medios de producción. Esa ideología se combina perfectamente con el discurso conservador, con la idea neoliberal de ‘eficiencia' y con los intereses del capital internacional.
Un ejemplo claro es la organización de la industria de la caña en Brasil. En el período colonial, lo que se exportaba no era caña sino azúcar manufacturada en los ingenios brasileños, que tenían tecnología de punta. El azúcar era una de los principales productos de la época e inclusive cambió los hábitos de alimentación en Europa. Por lo tanto, contar con tecnología avanzada no significa necesariamente cambiar las relaciones de producción.
Actualmente, el modelo que sustenta la producción de etanol en Brasil, basado en el latifundio y en la superexplotación del trabajo, no es muy diferente. La novedad es la creciente presencia del capital internacional en el sector. Una nueva característica de la industria del etanol, que puede compararse con el Pro-Alcohol de la década de 70, es la alianza entre sectores del agro negocio con empresas petroleras, automotrices, de biotecnología, minería, infraestructura y fondos de inversión. En este escenario, no existe contradicción de estos grupos con la oligarquía latifundista, que se beneficia de la expansión del capital en el campo y del abandono de un proyecto de reforma agraria.
La expansión de los monocultivos provoca la expulsión de los campesinos de sus tierras, impide que otros sectores económicos se desarrollen y genera dependencia de los trabajadores de empleos precarios y temporales. El éxodo rural crea una masa trabajadora más vulnerable a la superexplotación, tanto en el campo como en la ciudad, además de contribuir con la crisis alimentaria, ya que los campesinos son responsables por el 70% de la producción de alimentos y por el 80% de la generación de empleos en el medio rural. Este escenario significa que la resistencia de los campesinos es estratégica.
Los procesos de resistencia antiimperialista en América Latina tienen como eje central la defensa de recursos estratégicos. El caso más simbólico es el de Bolivia, donde el proceso de cambio político se inició con la llamada ‘guerra del agua', en Cochabamba, y culminó con grandes movilizaciones por la nacionalización del gas. La revolución bolivariana, en Venezuela, sólo fue posible cuando se retomó el control estatal de la producción de petróleo. En este contexto, la estrategia imperialista en el continente intensifica un cerco militar por el control de estos recursos, a través de bases, tropas, flotas navales y acuerdos bilaterales para ejercicios militares conjuntos en nuestros países. Al igual que en Irak y Afganistán.
Vivimos un momento de múltiples decisiones y, por lo tanto, es necesario que mantengamos la acción conjunta en la lucha por la soberanía popular, económica, política y alimenticia. Para eso es indispensable profundizar la construcción de unidad, a partir de la memoria y de la acumulación de conocimiento colectivo construido a través de esta larga caminata por nuestra independencia, que lleva 200 años.
Hugo Farias Moya
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