Escribe Luis Casado 29 de septiembre de 2011
Especial para vozsiglo21.cl
Regresé de Europa hace unos días, de un viaje en relación directa con la desarticulación familiar provocada por el exilio. Para visitar a mis hijos tengo que atravesar medio mundo, como muchos de mis compatriotas que dejaron parte de sus vidas en los cinco continentes.
Y aun cuando no vivo en Santiago, tuve que tomar el Metro. De ahí el título, “630 pesos”, que es la tarifa en hora de punta, cuando la inmensa mayoría de los santiaguinos debe acudir a sus actividades cotidianas. Seiscientos treinta pesos. US$ 1,22, o bien 0,90 euros. Una de las tarifas más altas del planeta, en uno de los países con la peor distribución de la riqueza del orbe.
Tatiana, mi hija, vive en el sur de Francia, en una provincia con la que sueña media humanidad: los Alpes Marítimos. Allí se encuentran ciudades como Niza, Cannes, Grasse y Antibes, y los reputados balnearios de la Costa Azul que baña el Mediterráneo incluyendo el Principado de Mónaco. Zona frecuentada por el riquerío planetario, en una sola de sus marinas encuentras más yates que en el Pacífico sur contando del Canal de Panamá hasta Punta Arenas.
Los transportes públicos de la provincia, -es decir las redes urbanas de todas sus ciudades, las líneas interurbanas y los ferrocarriles regionales-, proponen una tarifa de una sencillez bíblica: un euro al día, para recorrer y viajar por toda la provincia, en todos los medios de transporte, cuantas veces quieras o lo necesites.
O sea que por 700 pesos diarios (al cambio de hoy), puedes ir y regresar, volver a ir y volver a regresar, o pasearte, -incluyendo los fines de semana-, por donde te de la gana.
Como la mayor parte de las gentes del “midi” hace cuatro o más viajes al día, resulta que la tarifa es de unos 175 pesos por viaje o aún menos. ¿Tengo que agregar que ni los autobuses, ni los ferrocarriles regionales, ni los modernos tranvías, ni los autocares interurbanos, tienen nada que envidiarle al Transantiago?
En estos días de luchas cotidianas por los derechos de la juventud chilena, me pareció oportuno recordar lo que ya he escrito en otras ocasiones: los autobuses de Santiago son malos, incómodos, inseguros, sucios, irregulares, poco confiables, y caros. Extremadamente caros.
La Educación “la lleva” en estos momentos, y es muy bueno y justo que así sea. La infamia cometida contra nuestros hijos en este plano debe ser reparada, y lo más pronto será lo mejor. Porque todavía habrá que luchar por la Salud, los transportes, la energía y el agua, por la recuperación de las riquezas básicas, la defensa del medio ambiente, los derechos de los pueblos originarios, por terminar de una vez con los créditos usureros y las estafas financieras, por distribuir la riqueza creada con el esfuerzo de todos en modo más justo. Por abrogar un Código del Trabajo discriminatorio con los trabajadores asalariados, y un sistema electoral autocrático y caricatural. Sin olvidar que tenemos que terminar, de una vez por todas, con una Constitución ilegítima y perversa.
Queda por saber si vamos uno por uno, o si escogemos el camino más corto, “más eficiente” diría un boludito economista neoliberal: cambiar la Constitución para abrirle las puertas a la democracia, a los derechos sociales, y a la Justicia.
Mientras eso no ocurra, seguiremos pagando 630 pesos por un viaje en el Metro, mientras en los países del primer mundo en los que el salario mínimo líquido es de 750 mil pesos, un viaje en tren, en tranvía, en autocar en Metro o en autobús, cuesta apenas 175 pesos y aun menos.
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