domingo, 10 de junio de 2012

EN EL CENTENARIO DEL PC CHILE: OPINIONES DESDE FUERA DE CASA (1ra)

100 AÑOS DEL PC: ALGUNAS LECCIONES DE UNA HISTORIA INMENSA


Por Luis Thielemann Hernández, Licenciado en Historia Pontificia Universidad Católica de Chile , profesor de Historia y Ciencias Sociales Universidad Academia de Humanismo Cristiano, autor de diversos artículos y participante de varias comunidades sociales antineoliberales

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Si uno sigue la reciente publicación de Sergio Grez Toso sobre los comunistas chilenos, la fecha exacta de fundación del Partido Obrero Socialista, el antecedente directo del PC, fue el 6 de junio de 1912. Cuenta Grez que en Iquique, “en el local del [periódico] ‘Despertar de los Trabajadores’ veintidós militantes presididos por Recabarren, decidieron por unanimidad ‘la separación del resto del partido demócrata’ y, por diecisiete votos, cambiar el nombre de la agrupación por el de Partido Obrero Socialista, contra cinco votos que proponían la denominación de Partido Socialista, acuerdo que entraría en vigencia luego de una nueva asamblea en deferencia a esperar el nombramiento de las demás secciones del Partido”.

Este miércoles 6 de junio de 2012, el Partido Comunista de Chile cumplió 100 años y es importante reflexionar en torno al siglo del partido más importante de la Izquierda chilena, a los aprendizajes que nos dejan sus aciertos y errores en la historia nacional, sobre todo cuando este campo se juega su rol en el nuevo ciclo de luchas sociales que pareciera abrirse.

Se diga lo que se diga, el Partido Comunista ha sido siempre una organización comprometida con el pueblo de Chile, en especial con sus trabajadores y luchadores sociales, y es a todos ellos a quienes les pertenece este siglo. La apropiación de esa historia que tantas veces se intentó truncar, es un paso importante para construir el movimiento popular del siglo XXI, porque su obra emancipatoria es, a decir de W. Benjamin, “en nombre de generaciones vencidas (…) de los antecesores esclavizados”. Sobre tres momentos de un siglo surgen estas tres siguientes reflexiones. Tres lecciones, de entre muchas posibles, que desde una historia inmensa pueden iluminar los debates presentes.

El Partido Obrero Socialista, el que se funda 10 años antes de llamarse “Comunista”, nace a partir de una fracción obrerista y radicalizada del antiguo Partido Demócrata. Es, de esta forma, parte de un proceso abierto de politización de la clase trabajadora chilena. Un tiempo en que el capitalismo se desplegó en las salitreras y, en palabras del historiador Julio Pinto, a los trabajadores “encerrados en una relación a todas luces definitiva (…) no les quedaba más alternativa que la de huir hacia delante”, esto significó construir organizaciones de defensa del trabajo y después, de su autonomía política.

Esta decisión, la de romper con los demócratas y construir su propia organización, tuvo una característica importante de destacar: impedir la instrumentalización de la naciente fuerza social de los obreros cercanos a ese partido, por los partidos del parlamentarismo, en especial los liberales. Esta impronta por salvaguardar la autonomía política de las franjas organizadas de la clase trabajadora, mostró a un partido nuevo y rupturista, es decir, revolucionario, que era politizado y clasista en proporciones iguales.

Años después de su fundación, el POS probaría su carácter al rechazar ser parte de la alianza liberal que llevaría a Alessandri al poder en 1920, presentando a Recabarren —que estaba preso— como candidato y obteniendo un magro 0,4%, en una decisión que buscó impedir la subsunción en el populismo del “león”, la concientización socialista en las capas obreras.

Un adentramiento en tal proceso histórico debiese comenzar por la siguiente pregunta: ¿Fue la defensa de la autonomía de las franjas organizadas del movimiento obrero de entonces la centralidad de la política del partido o, más bien, fue la necesidad de mantener la alternativa electoral a toda costa? La respuesta no es simple, sino una síntesis compleja de ambas alternativas. Por lo mismo, en ella se encuentran importantes claves sobre los avatares de una política clasista a la vez que incidente.

Más adelante, cuando ya fueron aceptados como parte del sistema político, los comunistas formaron parte del primer triunfo electoral de una alianza que incluía partidos marxistas y al movimiento de trabajadores, el Frente Popular en 1938. La experiencia comunista en esta alianza se puede evaluar desde dos prismas. Primero, se da el crecimiento de un partido obrerista y anclado sólo en algunas regiones del país, que adquiere importantes maduraciones en cuanto a la política, a su alcance y sobre todo, al aprendizaje de “ser gobierno”. Esto significó en concreto aprender a administrar, llegar a en nombre del Estado a todos los rincones del país y sobre todo, el dilema de conseguir la incidencia política a costa de renunciar a la desestabilización revolucionaria.

Pero este madurar debió resignar el programa de cambios que tenían los comunistas pensados para los gobiernos frentepopulistas. Por ejemplo y como fuera denunciado por los socialistas en su momento, esto significó renunciar a la sindicalización campesina en dos ocasiones (1939 y 1947) para calmar a la oligarquía y evitar amenazas al gobierno, así como cualquier demanda de alteración del equilibrio asimétrico entre capital y trabajo en el campo chileno. La devaluación de la carta movilizadora con que los comunistas aumentaban su peso político en la alianza gobernante, por sus propias resignaciones y por los avatares de la administración del poder formal en el marco del pacto social dominante en el periodo, colocó en un lugar secundario la iniciativa comunista.

Esto llegó a un punto tal de subordinación, que tras un intento entre 1946 y 47 por reanimar la actividad huelguista, los Radicales, prefiriendo quedar bien con los Estados Unidos, los sacaron de la alianza en el poder, dejándolos en la ilegalidad y bajo represión tras aprobar la Ley Maldita en 1948. Una revisión meditada de la política comunista en los gobiernos frentepopulistas urge hoy cuando el PC parece encaminarse a una alianza amplia; así las cosas, preguntarse si fue positivo o negativo el saldo para el movimiento popular chileno la presencia comunista en los gobiernos dirigidos por los Radicales, es un ejercicio difícil, pero que implica tematizar lo que a veces pareciera obvio.

Una tercera reflexión necesaria hoy tiene que ver con la política comunista en los gobiernos de la Unidad Popular. Mientras la radicalización de los hijos de las capas medias centristas llenaban las filas del MIR con aventureros jovencitos, el PS se dejaba llevar por una apología de la lucha armada que estaba tan vacía de estrategia como de hechos reales.

Entre las muchas razones de la derrota política de 1973, claramente es destacable la desatención de las tareas políticas que el proceso de “Vía chilena al socialismo” demandaba en pos de la estética y las experiencias limitadas de revolucionarismo en que cayó gran parte del movimiento popular de la época. Pero estas radicalizaciones de la agitación, sin bases materiales para sostener ese discurso cuando llego su hora, encontró un tope en Allende, sus colaboradores socialistas más cercanos y, por supuesto, los comunistas. Los seguidores de Recabarren fueron un ejemplo de responsabilidad revolucionaria y de centralidad política.

Independiente de los juicios que se hagan hoy de parte de golpistas devenidos en demócratas ex presidentes, los comunistas tenían por centralidad única el proceso de transformaciones estructurales que pretendía abrir el gobierno de Allende y no cejaron nunca en los esfuerzos por salvarlo de su colapso o de la sedición. No fue, como se cree, el PC un partido moderado, en contraposición a los autodenominados revolucionarios, sino que uno que se obsesionó con avanzar en su visión particular de la revolución, defendiendo los instrumentos que había construido para ello, mientras el resto se centraba en discusiones que se revelarían espurias tras el 11 de septiembre de 1973.

Hoy, cuando los vociferantes del revolucionarismo parecen copar las asambleas del renaciente movimiento popular, bien vale recordar a esos comunistas que, no sin cierta candidez, decidieron “defender avanzando” la vía chilena al socialismo antes que jugar irresponsablemente a que las poblaciones de Santiago eran la Sierra Maestra.

Muchas más preguntas y vueltas críticas se pueden hacer de la historia de los comunistas y estas sólo buscan abrir el debate que desde los especialistas apenas comienza. Los comunistas chilenos han sido protagonistas en la vida nacional en sus 100 años de existencia y de ellos mucho se puede aprender en el largo camino de las mayorías por su emancipación. Entre esas lecciones podemos destacar que es urgente hoy una producción política que lleve inscrito el carácter particular de las clases trabajadoras actuales, al igual que lo hicieran esos fundadores de 1912 en las oficinas de la pampa, a partir de la cultura e historicidad de sus propias luchas.

También, podemos aprender de su radical crítica al aventurerismo y a los personalismos: no le han servido al pueblo ni el ultraizquierdismo irresponsable o autodestructivo, como en 1970-73, ni un caudillismo demagógico que use el entusiasmo popular como mero paisaje de fondo a la recomposición elitaria, como fuera en 1920 con Alessandri. En positivo, los comunistas tuvieron en ambos momentos una política revolucionaria, responsable de viabilizar la explosión de las clases postergadas en la construcción de fuerza propia, así como de darle continuidad a los proyectos populares más allá del rostro de turno.

Por último, nos sirve hoy mirar la historia comunista de 1938 a 1948, para entender que sólo cuando las fuerzas transformadoras se expresan mayoritarias, se encuentran bien organizadas y apropiadas de los instrumentos políticos, en las alianzas predomina la izquierda. Cualquier reconstrucción “por arriba” de una alianza progresista que se pretenda hoy, debería mirar la suerte del programa comunista durante el Frente Popular y evaluar los costos y beneficios que trajo para los revolucionarios el carácter subalterno de las fuerzas transformadoras en una alianza moderada.

Los 100 años del Partido Comunista de Chile están llenos de historias de heroísmo y nobleza, así como de las vergonzantes intentonas de la oligarquía por literalmente desaparecerlos de la faz de toda tierra y todo tiempo. Esos 100 años de historia son también la historia de las izquierdas, de los pobladores, de las mujeres, de los estudiantes y trabajadores. Son 100 años de luchas políticas con una vitalidad comunista ineludible y sus errores, fracasos, desaciertos y genialidades son los de todos quienes hemos estado en la misma trinchera que “los hijos de Luis Emilio Recabarren”. Recuperar esa historia, reflexionar sobre ella y construir futuro anclado en la memoria de los vencidos es hoy un deber y, al igual que la veintena de renegados en Iquique hace 100 años, un derecho de la generación que decidió en 2011 hacer de este su propio siglo.

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