lunes, 17 de agosto de 2009

LA PRESENCIA DE BERNARDO O 'HIGGINS EN LAS LUCHAS SOCIALES ACTUALES


Por Orlando Millas (*)

En uno de los más importantes y conocidos poemas del capítulo «Los Libertadores» de su Canto General, Pablo Neruda condensó magistralmente los sentimientos de la clase obrera y del pueblo chileno no solo de admiración sino de afecto entrañable por el procer Bernardo O’Higgins. En este poema lo evoca como niño sin padre, joven exiliado debatiéndose en la pobreza, provinciano despreciado por la aristocracia y, en razón de todo ello, como un libertador de trayectoria antioligárquica. Señala la significación que tuvo en la vida de O'Higgins su encuentro en Londres con el venezolano Miranda:

y un elegante, pobre,
errante incendio
de nuestra libertad
te dio consejos de águila prudente
y te embarcó en la Historia.


En contraste con el inextinguible odio que sentía la reacción por el que denominaban «el huacho Riquelme», Neruda proclama:

pero hemos heredado tu firmeza,
tu inalterable corazón callado.


Lo define:
Eres Chile, entre patriarca y huaso.
Artículo publicado en la revista América Latina, Moscú, agosto de 1978.

Significativamente, colocó el poema dedicado a O'Higgins en la serie en que destaca otro muy característico dedicado a Recabarren. Resume la posición de los comunistas chilenos ante O'Higgins:

Estás hoy con nosotros,
eres nuestro,
padre del pueblo,
inmutable soldado.

En efecto, la figura de O'Higgins es de plena actualidad y se proyecta con perfiles propios en las luchas sociales de nuestro tiempo. Nacido en Chillán el 20 de agosto de 1778, su segundo centenario se transforma en una bandera de combate de su pueblo.
En el mes de abril último, el Partido Comunista de Chile le dirigió una carta a los oficiales, suboficiales, soldados, marinos, aviadores y carabineros de Chile, en los siguientes términos:

«Nos dirigimos a ustedes en el año del bicentenario del natalicio del general Bernardo O'Higgins Riquelme, prócer de nuestra Independencia, fundador del Ejercitó y de la Marina de Guerra de Chile. Hace ciento sesenta años, en 1818, el 12 de febrero, el general Bernardo O'Higgins firmó el Acta de la Independencia de Chile y el 5 de abril el Ejército Libertador derrotó en los campos de batalla de Maipú a las tropas coloniales españolas y selló definitivamente la Independencia de nuestra patria. Hoy se ha abandonado el legado de O'Higgins, se ha deteriorado la independencia nacional y la capacidad defensiva del país, lo que es consecuencia de todo lo que ha hecho y deshecho la tiranía personalista de Pinochet.»

Después de un amplio análisis de lo que representa el fascismo y de la catástrofe a que ha conducido a Chile, el Partido Comunista indica en este documento: «Los comunistas estamos convencidos de que las Fuerzas Armadas —a las que no confundimos con el fascismo, ni con Pinochet— retomarán el legado de O'Higgins y, como parte integrante del pueblo, contribuirán a terminar con la tiranía fascista. Se salvará así el honor de los institutos armados, hoy mancillados por el dictador, y en conjunto todos los patriotas civiles y militares, emprenderán la grandiosa tarea de iniciar la reconstrucción democrática de nuestra patria.»

La línea de continuidad histórica entre la revolución encabezada por O'Higgins a comienzos del siglo pasado y el actual proceso revolucionario de la sociedad contemporánea tiene fundamentos reales indiscutibles.

De allí que, mientras se publicó en Chile el diario El Siglo, órgano del Partido Comunista hoy clausurado por la tiranía fascista, una de sus grandes ediciones extraordinarias anuales de mayor tiraje era la de cada 20 de agosto, dedicada a
Bernardo O'Higgins, cuyos materiales gozaban de prestigio y amplia acogida, especialmente en los establecimientos escolares y entre los niños chilenos que en ese mes cumplen tareas vinculadas a la vida del prócer. Por lo demás, fue el gobierno Frente Popular, establecido en Chile en 1938, el que se caracterizó por rendir culto a la memoria de O'Higgins, colocar su efigie en las monedas, dar su nombre a la Alameda, que es la principal avenida de Santiago, instaurar la celebración del 20 de agosto y promover la divulgación y el estudio de su ideario. Uno de sus últimos actos de gran relieve en el que participó Salvador Allende fue el realizado en Chillán el 20 de agosto de 1973, en homenaje al 195.° aniversario del nacimiento del fundador de la república. Entonces la situación era extremadamente tensa, ese mismo día estuvo en Santiago sublevada durante algunas horas la Fuerza Aérea; pero Allende antepuso a todo la celebración digna de quien encarna los ideales chilenos de libertad y su memorable discurso pronunciado en esa ocasión en Chillan sintetiza la identificación del pensamiento y la obra de O'Higgins con el pensamiento y la obra del gobierno popular que presidía.

El texto de la Declaración de la Independencia de Chile es un documento notable, redactado de su puño y letra por O'Higgins y que contiene, en forma expresa, el derecho del pueblo a darse el régimen político y social de su libre decisión.

Al fundamentar el papel histórico de la clase obrera y la aspiración al establecimiento del régimen socialista en Chile, Luis Corvalán ha hecho referencia directa, en algunos Congresos del partido, a esta formulación.

En los días iniciales de la constitución de la Primera Junta Nacional de Gobierno, en septiembre de 1810, Bernardo O'Higgins no estuvo en el centro de los acontecimientos. Vivía alejado de Santiago, la capital colonial y bastión aristocrático. Educado en Inglaterra, imbuido de los criterios de la burguesía que era la clase ascendente de la época, convencido de la necesidad de promover la Independencia, a la vez que extraño a la oligarquía gobernante, vivía en la lejana zona de Chillan y La Isla, como entonces se denominaba a la actual provincia de Bío-Bío. Aunque hijo natural, heredó una hacienda de su padre, que en vida lo había mantenido alejado. Esa hacienda, Canteras, estaba próxima a la frontera de la guerra de Arauco. Los terratenientes de la región se diferenciaban de los de más al Norte porque no habían consolidado una dominación feudal y trabajaban para el mercado, tanto para proveer al ejército como especialmente para, la exportación.

Se caracterizaban por sus relaciones mercantiles y sus afanes comerciales. Entre ellos, O'Higgins constituía a su vez un caso especial, dado que se empeñó en la modernización de los trabajos agricolas y mostró una actitud respetuosa y de verdadero afecto por los campesinos mestizos y mapuches. Fue designado diputado al Primer Congreso Nacional. Representaba a la región que en esos momentos asumía una posición más resuelta en favor de la Independencia y se colocaba en contradicción más abierta con la aristocracia colonial. No se limitó a ser diputado y organizó los primeros destacamentos de fuerzas armadas republicanas. Muy pronto fue pasando al primer plano, a medida que se creaba una situación crítica, el proceso era acosado por grandes peligros y se requería una dirección más clara, decidida y enérgica.

Desde entonces, Bernardo O'Higgins se ganó el respaldo del sector progresista de la sociedad y el odio mortal de la aristocracia. Los decenios de los años diez y los años veinte del siglo pasado fueron de lucha aguda, áspera y cruenta.

Muchas veces la revolución de la Independencia estuvo en peligro porque a la embestida de la reconquista colonial se sumaba el estallido de desavenencias en el campo republicano. Esto fue una consecuencia explicable de la inexperiencia de las fuerzas revolucionarias y, en gran medida, de la complejidad de la estructura de clases y capas sociales que dejaban como herencia los tres siglos de Colonia. Pero, en medio de alternativas que no pueden juzgarse con cartabones maniqueístas, lo cierto es que el coraje personal de O'Higgins, su intrepidez y su capacidad para reagrupar a un vasto sector de fuerzas progresistas, fueron factores muy valiosos para volcar los acontecimientos en favor de la Independencia.

La gran contienda, la lucha contra el colonialismo, estuvo a veces perturbada por contiendas menores entre chilenos que igualmente aspiraban a la Independencia. La tragedia de entonces fue que se enfrentasen con O'Higgins otros patriotas tan eminentes como, por ejemplo, los hermanos Carrera y los hermanos Rodríguez. Aún no se realiza una investigación histórica que descubra los hilos de las intrigas de la aristocracia y de los agentes norteamericanos e ingleses interesados en pescar a río revuelto. Con todo, no afecta en nada los méritos de José Miguel Carrera, de Manuel Rodríguez y de otros caudillos de la Independencia que se enfrentaron a O'Higgins en las luchas fraticidas de ese tiempo, dejar constancia de que la aristocracia ha reservado hasta el día de hoy su mayor encono para éste. Por eso mismo, ha sido insensata la actitud de la ultraizquierda al pretender revivir, también ella, los odios y las ofuscaciones del primer tercio del siglo pasado y arremeter nuevamente contra O'Higgins.

Entre los hechos de armas de O'Higgins, figura su ruptura del cerco de Rancagua. Se trata de una derrota. El ejército patriota estaba rodeado y la superioridad inmensa de las fuerzas españolas aseguraba, de acuerdo a los principios del arte militar, que iba a sucumbir irremediablemente. Sin embargo, O'Higgins no se resignó, reagrupó una vanguardia de choque de su ejército, se colocó a su frente y temerariamente se lanzó al contraataque, arrolló las trincheras realistas y se abrió paso. Aunque fue restablecida en el país la dominación colonial, sobre el período de la denominada Reconquista estuvo proyectada la gesta de Rancagua, el heroísmo de O'Higgins adquirió contornos legendarios y en Argentina contó con la solidaridad patriótica e internacionalista de San Martín, conjuntamente con el cual organizó un nuevo ejército, el Ejército Libertador, vencedor en las batallas de Chacabuco y Maipú, que sellaron la Independencia de Chile.

En el nudo de esos acontecimientos se encuentra presente uno de los caracteres más singulares e importantes de la obra de O'Higgins. Nada fue más ajeno a él que el chovinismo. Concebía el patriotismo inseparable del internacionalismo de los pueblos. En contraste con la generalidad de los miembros de la sociedad de su tiempo, valorizó
altamente al pueblo mapuche. A la organización secreta que se propuso abatir la dominación colonial le colocó el nombre de Logia Lautarina, en homenaje al jefe guerrero mapuche que derrotó al conquistador Pedro de Valdivia. Al fundar el ejército republicano, acuñó la frase que debía considerar como su primer Comandante en Jefe precisamente a Lautaro, al que definió como precursor. En circunstancias de que entonces continuaba la guerra de Arauco, una actitud de esta especie no era meramente formal, sino que implicaba una política nueva y revolucionaria. En efecto,
personalmente se preocupó de promover un acuerdo pacífico con el pueblo mapuche.

Brindó su amistad sin reservas al cacique Coñuepán. En su hogar acogió a niños mapuches huérfanos y los educó como si fueran sus propios hijos.

Cuando O'Higgins dejó de ser gobernante, se volvió a la política de guerra, prevalecieron los odios nacionales y, más tarde, la llamada Guerra de Pacificación de la Araucanía fue una empresa de conquista, de saqueo y de crimen, que hasta hoy mantiene una herencia sangrienta en la comunidad chilena. Una tarea actual de la revolución chilena, destacada por Luis Corvalán en la sesión plenaria de agosto de 1977 del Comité Central del Partido Comunista de Chile, es retomar la senda de O'Higgins y dar solución al problema nacional y social del pueblo mapuche.

La línea internacionalista no fue jamás desmentida en la vida de O'Higgins. Y, justamente, por eso, pudo ser el primero y el más ardiente y eficiente de los patriotas. Al organizarse el Ejército Libertador, le pareció lo más normal, lógico y justo que su Comandante en Jefe fuese el general argentino José de San Martín. Repudió con energía toda intriga que pretendiese amenguar la autoridad de San Martín. Un porcentaje de los oficiales, suboficiales y soldados del Ejército Libertador estaba constituido por argentinos de origen africano y estableció con ellos lazos de confraternidad de armas que se convirtieron en una amistad muy sólida. Los historiadores burgueses han ocultado celosamente que la sangre negra derramada en Chacabuco y Maipú fue decesiva para lograr la Independencia de Chile; pero, en la correspondencia de O'Higgins y en los testimonios de sus contemporáneos aparece reconociéndolo con afectuosa gratitud.

Tras la victoria de Chacabuco, hubo de constituirse el gobierno republicano de Chile, producto del desarrollo del proceso revolucionario en una etapa superior. Todos pensaron en O'Higgins para presidirlo; pero, éste se negó y sostuvo enérgicamente la candidatura de San Martín para encabezarlo. Sabía que actitudes como ésta le granjeaban la animadversión de otros patriotas que ponían celosamente el acento en la autonomía de la naciente nación. Sin embargo, él no veía mengua alguna en colocar al servicio de Chile las dotes de un libertador de tan profundo sentimiento internacionalista como San Martín, gran argentino y a la vez gran latinoamericano. Fue necesaria la insistencia del propio San Martín para que O'Higgins se resignase a ser jefe de gobierno. Y luego, como tal, su primera preocupación estuvo dedicada a continuar la obra emancipadora y, así como en Argentina se había organizado el Ejército Libertador de Chile, ahora en Chile, con recursos del país y entregando a ello todo lo que se disponía, formar el Ejército Libertador del Perú. En esta nueva tarea tendría suma importancia el dominio de los mares. Por eso, O'Higgins dio prioridad a la formación de la Marina de Guerra de Chile y contrató los servicios de uno de los oficiales del almirante Nelson, el brillante marino Lord Cochrane. Para el Comando en Jefe de la Expedición Libertadora, designó con plenos poderes a San Martín. Transcurridos algunos años, al dejar O'Higgins el gobierno abatido por una fronda aristocrática, encontró acogida generosa en el Perú que había contribuido a liberar y tuvo allí una segunda patria por la que sentía mucho respeto y gran cariño.

Cuando la libertad del Perú estuvo amenazada y le cupo a Simón Bolívar dar las batallas que aplastaron a los postreros intentos realistas de restablecer la Colonia, O'Higgins colocó su espada a las órdenes de Bolívar.

La Historia siguió otro curso. Se fueron desatando conflictos e incluso guerras entre países latinoamericanos. La reacción jugó siempre a exacerbar las pasiones. Las oligarquías feudales tomaron en cada nación la bandera del chovinismo. Las nacientes burguesías irrumpieron con afanes expansionistas. Desde fines del siglo pasado, el imperialismo agudiza toda diferencia entre nuestros pueblos, magnifica cualquier dificultad y promueve la desestabilización en una y otra parte. Una América Latina unida está en condiciones de defender mejor sus intereses y sus derechos y la tesis del Pentágono y de Wall Street es una América Latina desunida en que les quepa erigirse en arbitros. Cuando esto sucede, puede apreciarse la grandeza, la visión y el alcance de la política sustentada categóricamente por O'Higgins, en la que volvió a insistir cuando se desató la guerra, desaprobada por él, entre Chile y la Confederación Perú-Boliviana.

Bregó siempre, sin vacilaciones, por un entendimiento fraternal, una amistad real y una colaboración constructiva entre Argentina, Perú, Bolivia, Chile y los demás países de América Latina. Es una gran tarea de los verdaderos patriótas y revolucionarios de nuestra época abatir los prejuicios, desbrozar las idiosidades desarrolladas en más de un siglo y poner en vigencia, como requisito de la afirmación de la plena liberación nacional y social, la línea internacionalista de O'Higgins.

A pesar de que todo esto es claro, algunos historiadores burgueses enrostran a O'Higgins que, en la búsqueda del entendimiento con los países latinoamericanos, mostrase determinados recelos en las relaciones con Estados Unidos. En esto coincidió con San Martín y Bolívar y con los gobernantes más destacados que hubo en Chile después de él, por ejemplo, con Freire y Portales. De lo que se trata no es de prejuicios sino de prevenciones justificadas ante la política expansionista norteamericana.

Al asumir O'Higgins el gobierno de Chile, prevalecían, en la sociedad del país, a pesar de la Independencia, los títulos de nobleza española y las órdenes nobiliarias de Santiago, Calatrava, Carlos II, Alcántara, San Juan, Monteza y Maestranza de Sevilla.

Un historiador resume en los siguientes términos el conflicto planteado: «La política social de O'Higgins es uno de los instrumentos más importantes en su labor. No podía ver las diferencias sociales de la época colonial. Odio la aristocracia, exclamaba a sus íntimos. O'Higgins abolió, junto con los títulos de nobleza, estas órdenes nobiliarias. No deseaba ostentación de vanidad de sangre, donde se almenaba el orgullo y la desigualdad social. Mandó picar de los frontispicios de las casas los escudos de armas y en la tolvanera cayeron blasones y órdenes nobiliarias, títulos y escudos de armas, con toda su corte de jeroglíficos, como llamaba a la ciencia heráldica, cimeras, coronas, románticos lambrequines... Decidido partidario del patronato, no siempre respetó en sus actos a la autoridad eclesiástica: estableció la Escuela Militar en el patio de los padres agustinos, porque lo encontró central y apropiado para ello; anexó el Instituto Nacional al Seminario Conciliar a fin de que éste lo sostuviera con sus rentas. Estas medidas le fueron restando el apoyo del clero... La aristocracia formaba en la oposición; los principios igualitarios de O'Higgins la había dejado horra de sus títulos y afanes nobiliarios y habían atentado contra su poder económico, tratando de abolir los mayorazgos. Los Carrera estaban emparentados con toda la aristocracia y asimismo Rodríguez; el fusilamiento de don José Miguel Carrera, tragedia en que ninguna intervención tuvo o pudo tener O'Higgins, aumentó la tabla de sangre levantada en su contra... Don Miguel Luis Irarrázaval, en Illapel, encabezó la insurrección. Era el hombre más querido y respetado, el más grande terrateniente, el heredero de la más auténtica aristocracia.»

En la fronda aristocrática que derribó al gobierno patriótico de O'Higgins influyeron el espíritu de revancha por la abolición de los títulos de nobleza y de las órdenes nobiliarias; el afán de defender los mayorazgos contra los que se había pronunciado y que iba a abolir; la alarma que produjo a los terratenientes la parcelación de la zona beneficiada con el Canal de Maipo al sur de Santiago y en el centro de la cual surgió la ciudad de San Bernardo, lo que constituyó la primera reforma agraria en el país; los resentimientos que había originado en algunos sectores su actitud amistosa con San Martín y los patriotas argentinos y que contribuyó a ahondar su distanciamiento de las familias Carrera y Rodríguez; la explotación por la aristocracia de los sacrificios que se requirieron para financiar y sostener la Expedición Libertadora al Perú; el malestar del clero por su política de libertad de conciencia y de culto; el desafecto de los círculos palaciegos santiaguinos por colaboradores del gobierno que no pertenecían a su esfera; los prejuicios reaccionarios contra el fomento del teatro y otras actividades culturales, y la preocupación de la clase dominante ante el hecho de que las obras públicas y la nueva organización de las fuerzas armadas atraían a una parte de los inquilinos de los campos al trabajo asalariado.

El desplazamiento y el exilio de O'Higgins fue una victoria de la reacción y la celebraron alborozados los que habían suscrito, poco antes de Chacabuco, el Acta de la Traición pronunciándose contra la Independencia de Chile. Sin embargo, esta victoria no pudo consolidarse. Resultó efímera. O'Higgins había sabido interpretar a las fuerzas emergentes y su política correspondía objetivamente a la solución de los grandes problemas que estaban maduros. La aristocracia terrateniente no estuvo en condiciones de detener la marcha de la Historia. El curso republicano abierto por el libertador se desarrolló con altibajos; pero, fue abriéndose paso.

En nuestra época, la clase obrera chilena se inspira en la decisión revolucionaria, en el espíritu radical, en la actitud intransigente en los asuntos de principios, en el coraje para afrontar a los enemigos del pueblo, en el recto sentido internacionalista y en el patriotismo de Bernardo O'Higgins.

El 11 de septiembre de 1973, las fuerzas facciosas dirigidas por el traidor Pinochet, al bombardear el Palacio de La Moneda, destruyeron el texto original de la Declaración de la Independencia de Chile. El presidente héroe Salvador Allende cayó asesinado precisamente bajo el cuadro que reproduce el acto solemne de la proclamación de tal Declaración. En esto hay más que un simbolismo casual. Las fuerzas antifascistas representan la continuidad de la lucha que en su tiempo desarrolló a cabalidad Bernardo O'Higgins.

(*) Fue diputado por Santiago en tres periodos, ex Ministro del gobierno de la Unidad Popular que encabezara el compañero Salvador Allende. Fue miembro del Comité Central del Partido Comunista y de su Comisión Política, así como director del diario El Siglo y de la revista teórica comunista Principios.

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