Por Álvaro Cuadra, académico e investigador de Universidad ARCIS
18 Sep 2009
18 Sep 2009
En una reciente intervención electoral, el candidato de la derecha, señor Sebastián Piñera, ha sostenido que proponer cualquier cambio a la constitución es “trabajar para los políticos”, mientras que su candidatura se propone “trabajar para la gente”. Un argumento tan falaz como este no sólo insulta la inteligencia de los chilenos sino que hace evidente el talante demagógico que ha tomado el discurso de la derecha en esta campaña presidencial.
Para nadie es un misterio que la actual constitución que nos rige fue creada de modo espurio durante la dictadura de Pinochet. Crear una nueva Carta Constitucional para Chile marcó el carácter refundacional de la derecha criolla, amparada en las armas. Si bien se ha intentado modificar parcialmente algunos aspectos de la Carta Magna, lo cierto es que la misma derecha de antaño se ha ocupado de que las bases fundamentales de la institucionalidad postautoritaria sigan incólumes.
La actual Constitución Política de Chile representa la prolongación de un régimen neoconservador, la herencia del dictador atesorada por la derecha hasta hoy. El hecho de que no se haya planteado un cambio constitucional hasta la fecha no sólo es una aberración política sino una mayúscula deuda histórica con todos los chilenos. Cuando el señor Piñera niega cualquier posibilidad de cambiar la constitución, aunque sea muy parcialmente, le hace un guiño a sus adherentes de la extrema derecha.
Los actuales líderes de nuestra derecha, el señor Piñera en primer lugar, están comprometidos genéticamente con la constitución creada durante el régimen de Pinochet. Es más, muchos de ellos juraron preservar la visión del dictador en un acto solemne realizado en Chacarillas. La defensa a ultranza de esta Constitución Política antidemocrática es la mejor garantía para seguir gozando de sus privilegios. Contrariamente a lo que sostiene el candidato de la derecha, el único modo de trabajar para la gente es cambiando la constitución que asegura una legislación laboral de sueldos miserables para la mayoría y pingues ganancias para los empresarios, la misma que asegura la impunidad de los criminales que hicieron el trabajo sucio. El discurso demagógico del señor Sebastián Piñera es el mismo que vienen repitiendo, majaderamente, los papanatas del neoliberalismo desde hace más de tres décadas en nuestro país. Se pretende naturalizar el orden injusto consagrado en una constitución como algo que sólo interesa a los políticos, engañando a los votantes con mentiras que no resisten el más mínimo análisis.
A cien días de la elección presidencial, este giro demagógico del candidato de la derecha no presagia nada bueno para Chile. Se trata de prolongar y acentuar el actual orden postautoritario, impidiendo cualquier modificación, salvo en aquellos aspectos que favorezcan a los grandes capitales locales o extranjeros. Se trata de restituir el “principio de autoridad” frente a cualquier manifestación democrática. En pocas palabras, el señor Sebastián Piñera nos trae la novedad de la vieja derecha de siempre, aquella que hemos conocido por décadas.
Para nadie es un misterio que la actual constitución que nos rige fue creada de modo espurio durante la dictadura de Pinochet. Crear una nueva Carta Constitucional para Chile marcó el carácter refundacional de la derecha criolla, amparada en las armas. Si bien se ha intentado modificar parcialmente algunos aspectos de la Carta Magna, lo cierto es que la misma derecha de antaño se ha ocupado de que las bases fundamentales de la institucionalidad postautoritaria sigan incólumes.
La actual Constitución Política de Chile representa la prolongación de un régimen neoconservador, la herencia del dictador atesorada por la derecha hasta hoy. El hecho de que no se haya planteado un cambio constitucional hasta la fecha no sólo es una aberración política sino una mayúscula deuda histórica con todos los chilenos. Cuando el señor Piñera niega cualquier posibilidad de cambiar la constitución, aunque sea muy parcialmente, le hace un guiño a sus adherentes de la extrema derecha.
Los actuales líderes de nuestra derecha, el señor Piñera en primer lugar, están comprometidos genéticamente con la constitución creada durante el régimen de Pinochet. Es más, muchos de ellos juraron preservar la visión del dictador en un acto solemne realizado en Chacarillas. La defensa a ultranza de esta Constitución Política antidemocrática es la mejor garantía para seguir gozando de sus privilegios. Contrariamente a lo que sostiene el candidato de la derecha, el único modo de trabajar para la gente es cambiando la constitución que asegura una legislación laboral de sueldos miserables para la mayoría y pingues ganancias para los empresarios, la misma que asegura la impunidad de los criminales que hicieron el trabajo sucio. El discurso demagógico del señor Sebastián Piñera es el mismo que vienen repitiendo, majaderamente, los papanatas del neoliberalismo desde hace más de tres décadas en nuestro país. Se pretende naturalizar el orden injusto consagrado en una constitución como algo que sólo interesa a los políticos, engañando a los votantes con mentiras que no resisten el más mínimo análisis.
A cien días de la elección presidencial, este giro demagógico del candidato de la derecha no presagia nada bueno para Chile. Se trata de prolongar y acentuar el actual orden postautoritario, impidiendo cualquier modificación, salvo en aquellos aspectos que favorezcan a los grandes capitales locales o extranjeros. Se trata de restituir el “principio de autoridad” frente a cualquier manifestación democrática. En pocas palabras, el señor Sebastián Piñera nos trae la novedad de la vieja derecha de siempre, aquella que hemos conocido por décadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por su comentario